VENDARIO

DESQUICIA

DESQUICIA
CAPÍTULO 1

Sal. Pudor. Humedad. La cama en que no cabemos los dos. Me rompés la ansiedad con tus palabras mexicanas, yo te digo que sos un pelotudo, aunque de ser tu paisana diría más bien que te faltan huevos. Te volviste a creer mis historias de arrabal, de boulevard, de revolcones actuados y putas vestidas de rey, y es que no sabés un pito de mí.
Esta mujer es todas las mujeres que me han roto el corazón, está ahí sentada en la cama, yo entro a la habitación con los ojos cerrados y la beso, pero ella se resiste y me aparta, yo intento besarla nuevamente y entre el caos caemos al suelo, entonces casi sin darnos cuenta la estoy violando y en vez de que ella llore yo lloro, me aparto de ella y miro la ventana, ella está detrás de mí hablando, gritando, pero no entiendo lo que dice, sigo mirando la ventana y como sangre caigo de ella, fluyo de ella y me golpea el pavimento, detrás de mí no hay nada, ningún edificio, nadie.

Él es quien está con ella, es una letra en un libro, una letra mayúscula que yo había escrito, y se robó de mí para irse con ella, la está besando, la toma de la cintura mientras me dice algo, pero tampoco entiendo, no porque esté fluyendo al pavimento, sino porque nunca lo he visto, mueve los labios pero yo no escucho nada, solo ella lo entiende, quizás por eso lo quiere, y a mí nunca me quiso, porque la amé demasiado pronto; yo los miro desde el suelo, el mismo suelo en que caí, en que la violé y lloré, los miro... pasan los años y siguen igual, y yo sigo igual, y de nuevo estoy sólo y sobre mí, delante de mí, detrás de mí no hay nada, ninguna letra mayúscula, nadie.
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Mi única ocupación en ese entonces era dar clases de inglés en una preparatoria, la paga era suficiente para mantenernos a mí y a mi gata, incluso tenía una cuenta de ahorros pensada para darme un año sabático y viajar a Europa o Sudamérica. Vivía en un departamento en la ciudad de Toluca, pero el hecho de que todos mis amigos y gran parte de mi familia vivieran en el D.F. me llenaba la cabeza con ideas de mudarme, era un caos trasladarme todos los fines de semana para no sentirme sólo y beber con la poca gente que leía mis poemas, o visitar a mis hermanos. Además  Toluca era una ciudad muy fría en varios sentidos.
Yo había intentado escribir poemarios y novelas, pero siempre los dejaba inconclusos, me faltaba constancia, pero más que eso una verdadera pasión por escribir. Entonces la conocí, en una banca de parque de Coyoacán. No pudo haber sido en el metro, o en Reforma, o en un café, debía ser un lugar tan bello como ese; era linda, hermosa, y al sentarme junto a ella no sentía nervios, ¿qué nervios iba a sentir cuando ya tenía aceptada mi derrota?, no estaba en mis capacidades siquiera dirigirle la palabra, pero eso, precisamente eso hizo que se invirtieran los papeles, que la interesada en conversar fuera ella, que la intrigada fuera ella, y yo fui tan estúpido que no noté aquél curioso interés. Platicamos y nuestros gustos eran muy similares, supe que era modelo, posó para varias sesiones de distintos fotógrafos, e incluso llegué a toparme después con una fotografía suya en una revista. Mientras platicábamos me di cuenta de que tenía un libro en las manos, “El señor de las moscas”, eso fue lo primero que realmente llamó mi atención. Al llegar el tipo a quien ella esperaba nos despedimos, sin conocer nuestros nombres, sin pedir alguna manera de comunicarnos nuevamente, tan solo hasta luego.
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El azar nos volvió a enfrentar, y por fin pregunté su nombre, Noriko. Ese mismo día supe que Bukowski ya estaba muerto, y Panero vivía aún en un psiquiátrico. Supe que en la Feria de las Culturas Hermanas legalizaron el té de coca durante el evento. Noriko y yo caminamos de stand en stand probando todo tipo de comida, ella se veía a algún espejo con un vestido sobrepuesto, se miraba con collares, aretes y accesorios varios. Yo estaba inmerso en la delicia de un mate y alfajores. Compramos bolsitas de té de coca y esa noche dormimos en su casa.



CAPÍTULO 2

El mismo puto sueño de siempre. Todo está a oscuras, salvo un bebé y yo, sosteniendo en mi siniestra un palo, y con él doy de golpes al bebé, riendo a carcajadas. El bebé se quiebra como si fuese de porcelana. Yo lloro de éxtasis. Y de pronto por algún azar que no comprendo, descubro que el bebé soy yo, y me siento feliz de destruirme. Después hay luz, tanta que despierta mi cuerpo lleno de sudor. Ya no estoy soñando, ahora veo recostado a mi lado un cadáver. Pero el cadáver está vivo, aún tiene alma, respira, incluso ronca. Se llama Noriko. Poco a poco realizo que no es realmente un cadáver, toda esta idea absurda habita únicamente en mi cabeza. Estoy enfermo de vida, de pensamientos incoherentes y escucho una voz que dice “Vos sos mujer” y otra le contesta “No, yo soy croata”. Pero estoy despierto y Noriko duerme a mi lado, me cuesta conciliar el sueño y vuelvo a dormir. Me estoy adelantando en el tiempo, aún no hemos llegado a su casa, aún estamos en el metro y ella está despierta. Todavía no preparamos el té, ni la cena. El chancho aún no me asusta.

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Su casa era fría, lo primero que me dijo fue que no dejara mis cosas en el piso o su cerdo las mordería, yo reí y para mis adentros dije “de todos los animales que alguien puede tener de mascota se le ocurrió un chancho”. Dejé mi morral a un lado del sillón donde planeaba dormir y la alcancé en la cocina. Se sentó sobre la mesa y se quitó el pantalón, yo hundí mi mano en su entrepierna, acariciándola lento, jugaba con ella y con su sexo, al besarme mordía mi labio inferior, y con cada mordida yo metía mis dedos en su humedad. Le quité las bragas mientras ella me desabrochaba el pantalón. Garchamos un rato en esa mesa, después en el sillón, ella estaba a punto de decirme que pusiera mis cosas en un lugar inalcanzable para el cerdo, pero no la dejé terminar. Mientras acabábamos de desvestirnos caminamos torpemente hacia su cuarto, después de un rato de fundirnos en la carne, en el sudor y el deseo, se puso una bata y me dijo que si me apetecía cenar, le dije que teníamos que probar los tés antes de otra cosa, me puse el pantalón y regresamos a la cocina, preparamos algo de cenar y bebimos té de coca, el cual sigo pensando que me enervó lo suficiente como para tener aquél sueño tan recurrente pero que estrictamente soñaba durmiendo sólo. Por la mañana cuando desperté ella no estaba en la cama, me vestí y fui a la sala, mi morral estaba destrozado y entonces creí en el cerdo. Noriko estaba en la cocina, preparando el desayuno. “Después pasearemos a P Chan” dijo, y el chancho pasó junto a mí para dirigirse al patio donde había una caja de arena para gato, P Chan cagó en esta y yo me extrañé aún más. Salimos a pasearlo como si fuera un perro, incluso jugaba con las mascotas de algunos vecinos. Al terminar me di una ducha regresé a Toluca. Noriko no se despidió de mí ni yo de ella, sabíamos que nos veríamos muy pronto aunque no planeáramos nada.

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Cuando llegué a mi departamento Leonora, la gata, me esperaba hambrienta, serví croquetas en su plato y me dejé caer en el sillón, como una pesa metálica sobre un montón de plumas. Estaba cansado y lo único que quería era dormir. Pero alguien tocaba la puerta, decidí no inmutarme y desear que no intentara buscarme tanto tiempo, fuese quien fuese. Tocó algunas veces, hasta que decidió gritar mi nombre, diciendo que sabía que estaba ahí, que me vio llegar, maldije y abrí la puerta. Era Ana, llevaba puesto un vestido blanco con lunares grises, hacía mucho que no la veía, y sinceramente tenía ganas de cerrarle la puerta en la nariz, pero su nariz me gustaba, siempre me han atraído las narices raras, además tenía llave del departamento, sigo ignorando por qué no la había utilizado en esa ocasión, quizás por el mero gusto de molestarme. Entró como cuando el departamento era de ambos, se sirvió whiskey, me dijo tal y cual sobre su amante en turno. Cuando le pregunté a qué se debía su visita me contestó que realmente no recordaba, que tenía que ver con su maestría. La gata pronto se acercó a ella y le ronroneó, siempre prefirió a Ana, después de todo era su dueña, pero al separarnos se quedó conmigo porque en el fraccionamiento de ella no admitían mascotas. Se sentó frente a mí y adivinó lo que es obvio para una mujer celosa. Preguntó por “ella”, le dije que no sabía a qué se refería, pero Ana tenía un sexto sentido en cuanto otra mujer se acercaba a mí. Mentí diciendo que estuve con una prostituta y su reacción falsa fue recordarme que el dinero que ella me daba mensualmente era únicamente para los cuidados de Leonora.
Le pregunté sobre su maestría y recordó sus razones para venir, pero antes me dijo que debería hacerle caso e ir al psiquiatra, necesitaba uno de los libros que había dejado al separarnos, se lo di pues había guardado todas sus cosas en un armario grande del que desde su partida sería mi estudio y no el cuarto de Leonora, jugó un rato con ella y se fue, dejando su vaso a medias y un aroma lascivo en el aire.
Pensé en Noriko, pensé en Ana. Pensé en todas las mujeres con las que me había acostado y llegué a la conclusión de que era un suertudo hijo de puta.
CAPÍTULO 3

Estoy pasmado de tanta ansiedad, cansado de sortilegios, de pasiones de bolsillo, ausente en mi propia muerte, inundado de humo, delirando cada sueño que el papel invoca.
Estoy enfermo de abstinencias.
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Cuando conocí a Noriko le pregunté algo absurdo, me contestó y seguí trabajando un cuento que tenía anotado en mi libreta, pasaron algunos minutos y me preguntó “¿es todo lo que vas a decir?” yo no sabía cómo responder, pero la inercia me llevó a un “¿qué quieres que te diga?”, esa fue la manera en que interesé a Noriko, siendo total y completamente indiferente a su belleza intimidatoria. Me dijo además que cuando un tipo se acercaba a ella con intención de ligar no se portaba como yo, le hice saber que ese no era mi fin, que yo estaba sentado junto a ella por ser la única banca con sol libre en el lugar. Era una verdad curiosa. Como una fiera me atacó con preguntas sobre mí, hasta que decidí entregarme cual zebra y decirle todo lo que creí que era: profesor, escritor aficionado, fanático de Sabina, amante de los gatos, fumador, soñador, creyente y sin embargo hereje a propósito. Entre otras cosas ella y yo teníamos mucho en común, llevaba puesta una blusa del concierto más reciente en México de Sabina y al decir esto por primera vez me atreví a mirar su escote, por fin tenía una excusa para no parecer un pervertido, le mostré un demo que tenía en el celular esperando que fuese nuevo para ella, y lo fue, se sorprendió de que tales gustos fueran ciertos y no inventados con pretexto para llevarla a la cama, entonces detuvo sus preguntas y simplemente conversamos. Hasta este punto yo seguía sin la ilusión de que pasara algo más allá que una plática, aunque ya comenzaba a desearla ese deseo era apenas una semilla seca.

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El viaje mantiene alerta mis sentidos. Pero los deforma. Escucho el color azul, olfateo la canción que suena en mis audífonos, el silencio sabe a té negro con leche.
El té con leche es Ana. Siempre lo preparaba así, incluso acostumbró a Leonora a beberlo. Yo nunca daba leche a la gata, le provocaba diarrea, no sé cómo Ana aguantaba tales cosas. De hecho era raro que yo comprara leche, lo hacía sólo cuando cocinaba galletas o preparaba algún pastel. Tenía la costumbre de prepararle un pastel a la casera cada dos meses, era una especie de ritual en el que, sin retrasar mis pagos, yo le daba la cara seis veces por año y ella no preguntaba por Ana, nunca tuve problema con la renta, pero antes de este ritual debía soportar los sermones sobre la buena mujer que tenía, que debía recuperarla, que esto y aquello, que la chingada. Hacía dos años que Ana y yo nos habíamos separado y la verdad es que nunca me creí del todo esa separación. Cuando me deprimía o me bloqueaba con mis textos compraba un galón de leche y la bebía mezclada con alcohol, nunca me atreví a preparar un té negro con leche, era algo sagrado.

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Pero Noriko había aparecido en mi vida, como un guiño, como una musa inquebrantable, entre ella y yo no podría haber nada más que una relación superflua, o se corrompería toda la inspiración, yo era un hombre destinado a estar sólo. Sin embargo poco a poco me estaba enamorando de ella. Me enamoré de su voz de río, de su lunar en la espalda, me enamoré de la idea de que en cualquier momento me abandonaría, siempre me sentí poco para ella, como un capricho de una mujer que podría tener a sus pies a cualquier hombre.
Pasó bastante tiempo sin que regresara a su ciudad. Mientras tanto intenté concentrarme en mi trabajo, pensé en cambiar la cerradura del departamento, pero de alguna manera me gustaban las visitas de Ana, aunque fueran para quejarse, aunque me recordara mis fracasos, aunque siempre me hablase de con quién se acostaba, frente a Ana siempre fui masoquista. Quizás aún la quería, si es que se puede decir que la quise alguna vez.
Me concentré además en escribir, junté mis libretas y tiré a la basura todas las anotaciones que me parecieron absurdas, conservando solo las que podrían estructurarse, las que podían llegar a decir algo bello o grotesco. Desempolvé la máquina de escribir pues la computadora nunca me pareció adecuada para tal trabajo, siempre había distractores, y me planté a escribir. A pesar de escribir poesía torpemente amorosa, no escribía para Noriko, ni para Ana, escribía pensando en todas las mujeres que me habían roto el corazón, incluida la señora de los tamales que me dijo “No joven, no tengo de dulce”. Eran musas ridículas, pero logré armar un poemario que pronto se publicaría y me abriría las puertas. Escribí totalmente concentrado en lo que hacía y ajeno al mundo que me rodeaba, dejé sin comer algunos días a Leonora, no importaba, salía a cazar pájaros. Incluso apuesto que en algún momento Ana entró y me gritó, yo estaba tan inmerso en mi poemario que seguramente no noté su presencia, y algún día ella iba a desquitarse. Pero ¿qué importaba? Por primera vez en mi vida hacía algo que realmente disfrutaba.

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No sé qué tanto tenga de físico o metafísico, pero la ansiedad regresaba en periodos cada vez más cortos. Era un día exageradamente frío, me negué a salir de la cama salvo para alimentar a Leonora y proveerme de una caja de galletas y una cafetera llena. Acostado, bebiendo el café caliente y comiendo las galletas se me ocurrió la idea más absurda de todas, hacer caso a Ana e ir al psiquiatra, salvo algunos sueños que me perturbaban no tenía una razón para buscar ayuda profesional, aunque Ana siempre pensó lo contrario, decía que inventaba cosas y claro que lo hacía, después de todo quería escribir; en cambio desempolvé mis libros de Jung y Fromm, me parecía absurdo todo su argumento, los utilizaba tan sólo para detallar la personalidad de mis personajes, aunque ni siquiera era de tal ayuda pues la mayoría de ellos simplemente era mi yo sublimado.
Con esta idea clavada en mi mente llamé por teléfono a Ana, pero en cuanto el teléfono empezó a marcar me arrepentí y colgué. Estaba ansioso, pero no desesperado, y siempre fui necio, necio como la chingada. El resto del día lo pasé en cama sin pensar más en tal asunto.

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Las paredes parecen contraerse, esta habitación quiere aplastarme. Una luz cegadora. Un chirrido ensordecedor. Un calor insoportable. Me siento acorralado. Alguien está jugando con mi mente, con mi cabeza, con mi cerebro. Poco a poco logro distinguir siluetas, animales, aves rapaces entrando por la ventana, y ahí está la solución, debo abrirme paso para salir por donde ellas entran, salir y no regresar, ni siquiera entrar en algún otro edificio o siquiera una cueva, permanecer a la intemperie y poder salvarme de todo. Quien juega con mi mente me persigue y comienzo a correr. Detrás de mí no hay nadie, de nuevo me estoy adelantando en el tiempo, no hay letras mayúsculas, no hay nada.



Capítulo 4

Estoy seca. Decime a qué te supo nuestra soledad. ¿Qué es eso que tanto escribís a escondidas de mí? Suenas a león enojado, hueles a mate seco y cigarrillos baratos. Tu amor fue zurdo, el mío diestro, la cama siniestra y el sol ambidiestro. Y qué ganas de joderme los días, de apagar mis suspiros, de incendiar mis lágrimas, y yo amándote hombre, con la mano izquierda, y vos callado, apenas respirando, y yo tan seca.

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Noriko apareció en mi vida junto a la ansiedad, junto al hartazgo, pero de una forma paralela que jamás tocaría la náusea.

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Ana dijo un día cualquiera que dejara de hablar con Henrry, debí hacerle caso, o bien, asesinarlo.




Capítulo 5

Dicen que Dios está en todoslados, pero yo te pregunto a vos: ¿Dónde es que está Dios? Y como es costumbre vos no decís más que pavadas.

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Noriko ignoraba mi nombre de pila, se burlaba porque un día que caminábamos por Reforma me encontré con un conocido que siempre me llamaba por mi apellido,  desde entonces salvo las veces que me decía “hombre”, Noriko me llamaba “Señor Herrera”. Pero tarde o temprano lo conocería, ojalá lo viera algún día en la portada de un libro: Santiago Herrera, y un título ridículo capricho mío.

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Arde tu ausencia. En este parque se sacrifican bancas para dar hogar al vagabundo. Ardillas y aves se mueven como fantasmas en los árboles. Un hombre llora junto a la fuente, sus lágrimas no pasaron por tus ojos y sin embargo me queman. Prendo un cigarro, sale humo azul de mi boca, quiero dibujarte en esa niebla de palabras.
Algunas tardes te llamé Lucía, nadabas mientras yo te veía a lo lejos. De noche te llamé Magdalena,  te esperaba detrás de cada esquina para meterme en tu falda. De madrugada eras Eva saliendo de mi cuerpo. Y por la mañana podías ser cualquiera. Tuviste tantos nombres, hombres, como yo fantasías (cuántas veces te dije duerme tranquila Lolita).
Tu ausencia arde. Aquí no veo tu reflejo, los árboles me encierran, soy combustible entre la leña. El hombre que lloraba ha sacado de la fuente una guitarra, canta algo que no habla de ti, y sin embargo te hace aparecer en la distancia.


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